miércoles, 7 de octubre de 2015

Güeros













Título original
Güeros
Año
Duración
107 min.
País
 México
Director
Alonso Ruizpalacios
Guión
Alonso Ruizpalacios, Gibrán Portela
Música
Tomás Barreiro
Fotografía
Damián García (B&W)
Reparto
Tenoch Huerta, Leonardo Ortizgris, Sebastian Aguirre, Ilse Salas, Sophie Alexander-Katz


La película rodada en blanco y negro resalta los matices derruidos de las cosas, por ejemplo del metal oxidado de unos columpios. Muestra primeros planos donde se marquen las formas, las siluetas de las caras, sus contornos. Éstos recorren la cotidianidad de las realidades que nos rodean: realizar una calada al pitilla, remover el café en su taza.  El tiempo es lo que menos cuenta para los personajes, porque de todas formas por mucho que hagas va a pasar por encima de nosotros. Por eso, los protagonistas no se preocupan demasiado por sus vidas  y las viven sin prisas tal y como llegan. Parece que les dé todo igual y se pueden entretener en las actividades más banales. Ese no hacer nada de los planos cortos nos lleva a recordar “Extraños en el paraíso” ( 1984) de Jim Jarmuch.  No hay la más mínima preocupación por los hechos más transcendentales, si no es pasar de puntillas por la vida. La supervivencia con el mínimo esfuerzo es su única obsesión.






Imaginemos que por un momento perseguimos a un grupo ocupa y los filmamos en su casa, llena de personas despreocupadas de las cosas que les rodea. La precariedad de la situación no va con ellos porque es lo que han elegido libremente. Con el personal desparramado encima del sofá, que posiblemente fue rescatado del contenedor de basura, es el único soporte de un tiempo que agoniza. No hay prisa por llegar al trabajo, no hay preocupación por los pagos de la luz, lo más seguro es que esté pinchada a la entrada y menos del casero o propietario, porque los juicios tardan su tiempo y para entonces ya todo me la suda, tan solo fuman y beben, la única necesidad es esa. Si seguimos con la cámara al hombro, veremos el momento en que se arremolinan alrededor de la bolsa de basura que acaban de sacar del supermercado. Allí, en medio de la acera se los verá arremolinados, los dedos como rastrillas remueven las verduras y las frutas medio podridas, pero que la otra mitad todavía está comestible y el precio es gratis.
Es cierto que la película no va de ocupas de una casa, en cierta manera, pero si que cuenta la toma de un espacio, de un lugar y de un tiempo. Los protagonistas se mueven por impulsos que llegan de última hora, como el de buscar un músico en puertas de la muerte, porque para sus vidas no hay nada preestablecido. Se pueden montar en un coche y recorrer la ciudad a verlas venir. Vivir la vida con lo que hay es lo único que les interesa, con aquello que venga en cada momento. Viven una vida sin pasado y sin futuro, completamente por hacer. A cada paso que dan se está formando su historia. Aunque dentro de la ciudad se suceden demasiados factores que te van a influir, que te harán rodar de acá para allá como una peonza. El director busca la esencia de la vida en lo más cutre. Quiere destacarlo por medio de los planos cortos para captar los sentidos en general: los sonidos, los olores, los sabores. Se pueden encontrar masticando una zanahoria o en un morreo largo y persistente. Tan solo se necesita perseguir de cerca con una cámara  a los tres protagonistas, siempre les ocurrirán sucesos. La vida no es más que eso: diferentes trenes en marcha con varias direcciones. Ellos, en su discurrir por la ciudad, se quedarán quietos a verlos venir. Los coges o los dejas. Puedes quedarte parado junto a los trenes que te marcan el recorrido de una vida o, como hacen los protagonistas, mirar como los cogen los demás. Ellos se van cargados de ilusiones efímeras y tú no tienes destino fijo. Te queda esperar a que a que la oleada de la vida te empuje hacia un lado u otro. Los destinos y los lugares son los que pierden al hombre. Una de las últimas conversaciones entre dos de sus personajes:
-¿Dónde estamos?
-En la ciudad de México 



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