“The program” del inglés Sthephan
Frears director de una filmografía extensa y excelente ( “Las amistades
peligrosas”, “La camioneta”, “Café irlandés” entre otras) profundiza en este caso( dos décadas desde 1990 a 2010) en la vida deportiva
de Lance Amstrong, ciclista
americano que marcó una época de triunfos profesionales. La película te va a
gustar hasta la saciedad si te apasiona este deporte, porque muestra las
entrañas del engaño y los chanchullos que se realizan con tal de ganar la
carrera. Se inyectan a saco productos prohibidos para ser el mejor en las
carreras: cortisona y otras hormonas químicas para adulterar el metabolismo.
El cuerpo no debe sentir el cansancio de la prueba bestial porque con éstas el esfuerzo es menor. El motor humano sufre una transformación, ya que éste
se encuentra revolucionado a mil por hora y sale disparado en dirección a la meta
como un auténtico cohete. Con ello, se produce un desafío a las condiciones físicas del humano. Sin embargo, en el caso del espectador que no le guste este deporte se le puede hacer interminable la
cantidad de referencias de las sustancias prohibidas, los nombres reales que
compitieron en ese deporte durante los años de las diferentes carreras, además de las tomas de éstas en
vivo y en directo. Con todo, la película resulta entretenida.
El ciclista antepone los éxitos al fracaso de una vida mediocre. De qué sirve pedalear en el pelotón de los
escuderos si no te llevas ni una victoria de etapa. Eso no lo quiere el
corredor protagonista, un Ben Foster espléndido, de ninguna manera, porque él es un ganador nato, aunque para ello debe realizar
trampas y adulterar su cuerpo. Por eso, se chuta a tope y se pone hasta el culo
de drogas. No importa que el doctor encargado de tomar las muestras golpee la puerta de su caravana con la intención de pillarlo desprevenido, porque él siempre encontrará la
excusa para bajar los valores que lo puedan delatar. Para ello realizará las
mil y una pillerías para que no lo detecten. El profesional acostumbrado a las victorias ya nada le importará con el propósito de seguir ganando. Por eso, si se mete mierda a tope y
luego en la carrera va como un tiro ya no lo podrá dejar jamás.
Hay que inyectarse fármacos constantemente para
aumentar las prestaciones al máximo y poder
salir como un tiro. Amstrong consigue ser un tramposo pero al mismo tiempo un
ídolo con las masas. En adelante incluso llegará a ser un mito. Una persona que ha
sido capaz de doblegar el cáncer de su cuerpo y conseguir en la posterioridad alzarse con la victoria del torneo más prestigioso del mundo en ciclismo. Esta
hazaña es propia de los héroes legendarios. Su voluntad de superación está
fuera de dudas y es la que utiliza para los actos públicos. Con ella se
proyecta sobre las masas como un valor humano y una personalidad potente. El personaje público refuerza y prevalece
sobre las demás consideraciones. Con el apoyo de los aficionados sus trapicheos internos siempre están a
salvo. Quién se va a creer a un periodista que quiera escarbar en sus métodos para conseguir las
victorias. El que lo intente quedará desacreditado ( viene a ser
como el reportero de su excelente película “Philomena”, el cual se las tiene que ver crudas con una
institución religiosa y la venta ilegal de los niños nacidos en el convento, pero
no desiste hasta conseguir la verdad del caso) por el resto de su carrera
porque los apoyos del deportista son tan sólidos que atacarlo a él viene a ser
como atacar al presidente del gobierno americano. Por eso, si un mentecato del periódico
quiere socavar información comprometida con el ídolo de las masas se encontrará de frente con todo el colectivo humano contra él
y se verá abocado a abandonar el caso prohibido sobre la noticia del posible dopaje. La lanza, que es como le
apodan, utiliza la ola de la
popularidad para encubrir sus métodos oscuros. El engaño y la mentira estarán a salvo mientras sea famoso y popular. De esta manera, quedarán en la sombra sus trampas, en cambio predominará la proeza del hombre sobreponiéndose a su enfermedad.
Ganar la batalla del cáncer y coronarse en el mejor ciclista de todos los
tiempos con siete Tours a sus espaldas es una gesta propia de otras épocas. El
desenfreno y la avaricia por conseguir más pódiums le hace que sea una persona
desolada y solitaria. Ante la evidente descomposición del mito, el secreto no puede aguantarse eternamente porque detrás hay un equipo
que también practica las mismas técnicas y no está tan encumbrado como él, por
lo tanto el marrón llegará un momento en que se desmantelará. En definitiva,
las condiciones adversas casi infrahumanas de unas etapas bestiales hacen mella en el
deportista que está incapacitado para superarlas y no tiene más remedio que echar mano de técnicas peligrosas para superar ese escollo, pero con riesgo alto de la salud ( Ahí está la más que dudosa muerte de Marco Pantani). Esto sucede porque se busca la superación de las condiciones personales, mientras se deja al margen el juego de la competición entre hombres. En estas ocasiones, los avances y la tecnología médica se colocan en un lugar que no es propio de su profesión, más cerca de lograr la muerte que la vida. Con ello, producen un desmadre y una obsesión desmedida por triunfos fuera de los límites humanos.
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