viernes, 29 de agosto de 2025

Tardes de soledad


"Tardes de soledad" ( Concha de Oro del Festiva de San Sebastián 2024) de Albert Serra- siempre con trabajos polémicos con la intención de levantar la llaga y rebuscar en la herida- es un documental sobre la tauromaquia desde un punto de vista alejado del fanatismo o la afición del mundo del toreo. Se inicia con un toro en la noche, el protagonista silencioso que su único deber es el de morir después de acribillarlo a pinchazos en el lomo, hasta el estoque final ( aunque destacan los coloridos del traje y el color intenso del rojo de sangre y los créditos también de un rojo intenso) y resopla en su propia soledad sin tener conciencia de lo que le espera. 




No tarda en aparecer el otro protagonista, Andrés Roca Rey el torero peruano, que se mostrará con su propio porte, traje de luces y pinta chulesca, y rodeado de su cuadrilla que lo anima. La mesnada espolea a su líder después de salir del ruedo con un traje manchado de sangre propia o, en la mayoría de casos del maltrecho animal, del toro. No importa de quién uno u otro morirá. Las imágenes se recrearán con intensidad en los movimientos del torero y el simbolismo que lo acompaña, tanto imágenes de vírgenes, crucifijos y oratorias para que salga sano y salvo del ruedo. Destaca, sobre todo, la proximidad de la acción en el ruedo, las imágenes dramáticas de la sangre, primeros planos recreados,  y los comentarios a pie de arena entre la cuadrilla que se preparan que animan y dan consejos  para darle la estocada final. 




Por lo tanto, su apuesta principal pasa por los primeros planos donde se ve de cerca el drama del toro ante la muerte y también las posibilidades del torero en ese escenario letal, donde el torero tiene alguna posibilidad de morir , pocas, junto al animal que las tiene todas. Y el puntillero, con su estoque,  ( hay una peli excelente dedicada a este tipo de torero con el nombre de  "Justino, un asesino de la tercera edad" de La cuadrilla- Santiago Aguilar y Luis Guridi que muestra en el personaje una cierta tara de esta profesión) salvará la agonía del toro. 



Finalmente, el director mete la cámara en las entrañas del toro  junto con  la del torero que nos muestra con mucha pausa la agonía de uno y otro. Los animalistas o aquellos que están en contra de los toros ( seguro que no le dan ningún valor ni puta gracia que les hará, y dirán que son imágenes de primer plano en busca de la sangre y el dolor, pero demasiado repetitivas), no creo que les guste si se acercan con la mirada crítica de la fiesta asesina, porque las representaciones son de lo más sanguinarias y crueles para el toro, pero si son capaces de contemplarlo desde fuera sin esa implicación y como un documental que busca mostrar ciertos aspectos desde una óptica diferente, incluso poética, puede que lo disfruten.  Aunque lo dudo.

Título original Tardes de soledad

Año                 2024

Duración         125 minutos

Dirección         Albert Serra

Guion              Albert Serra

Música            Marc Verdaguer

Fotografía       Artur Tort

Reparto          Andrés Roca Rey 

                       y su cuadrilla.




El toro, incapaz de escapar a su destino, resopla en la oscuridad de la noche como única protesta. No tarda en aparecer el matador vestido con su traje de luces en un furgón y rodeado de sus matones trajeados. Ellos se sientes partícipes de esa fiesta de farándula, donde la trompeta y la banda musical ameniza la corrida. Sin duda, sabe que un día u otro la va a palmar, pero se encomienda a su Dios para que lo proteja en presencia de la virgen de la Macarena que llora y guarda la vida del torero en el camerino. Las heridas son sin importancia siempre y cuando lo pueda contar y se ría de la preocupación de su médico, pero mientras él siga en pie, lo demás no le importa. Él, como si fuera un rey de la Edad Media que va a la guerra y recubierto con un armazón de metal, es asistido por el mozo de espadas,  para quitarle el traje o ponérselo, porque va apretado hasta embutirse los huevos en un piña como una salchicha prensada. Cuando empieza la fiesta de la corrida, se oye el bullicio de fondo del personal, pero nunca se ve directamente al público y la cámara se mete dentro del fregado de la batalla en la arena. Así, por ejemplo, los subalternos, banderilleros y demás personal se esconden entre las tablillas que sobresalen del ruedo de la plaza mientras el toro embiste con bravura. Sin embargo, pronto aparecerá el héroe con su capa para dar al toro unos cuantos meneos por la plaza para mostrar sus pases de filigrana. Mientras el toro a las embestidas de la cuadrilla: un caballo fornido acarrea a un jinete cobarde con su lanza tan cercana y cruel donde el toro se siente agredido e indefenso ante la superioridad del caballero andante encima del caballo, que pincha y pincha para darle a entender que esto es el inicio de una muerte segura, pero antes toca sufrir. El público a lo lejos y sin verse se oye su clamor,  no forma parte de la batalla. Es un animador ciego como si ese murmullo estuviera grabado. Ahí no hay nadie con cordura, pero piden sangre, muerte.  Así es como se van montando unas imágenes de reto, de amenaza del torero hacia el toro ya diezmado por las carreras ante la capa, la lanza y las banderillas que las lleva chorreando sangre en la arena. Está cansado, ve doble por las vueltas y el mareo y con todo, le chulea el torero para ver si tiene huevos de clavarle el asta, porque si no se mueve  le va a hincar la espada hasta el culo. El diestro lo vive  desde dentro del alma con sentido de la tragedia; o es el toro o soy yo; pues que se joda él. Y la valentía se demuestra cuando el torero se acerca y casi acaricia al bravo animal. Aclamado por el público se acerca tanto que casi le roza el asta y lo normal es que un toro de esas dimensiones lo pille y le dé un revolcón. Mientras las banderillas siguen cubriendo de sangre su lomo. El torero tienta a su suerte haciendo de mago que se esconde detrás de la capa roja y realizando pases a derecha e izquierda como un malabarista de la capa. Y el arte del torear radica en eso: en hacerlo bonito acercarte al máximo al cuerno del toro, casi que te toque, mientras lo mareas con la capa y le das unos pases escondido tras ella. Existe morbo por parte del espectador por si lo pilla o no, claro. La cámara seguirá de cerca las bravuconadas de la cuadrilla, dentro de la furgoneta especial, aupando al torero. Así las cosas están bien delimitadas: el espada es un héroe cuando el toro le da un revolcón y el animal es un villano porque no tiene a nadie que le ayuda, solo sus cuernos, pero siempre morirá revolcado entre la arena en su sangre y con el clamor del público que nunca aparece.  Y, a todo esto, el director se recrea en el ritual del matador de colocarse el vestido como si fuera el último o más bien  la mortaja y persigue más corridas por si por casualidad en una de esas el torero la palma y el espectáculo de la sangre es doble: humano y animal. En fin, muestra con planos cortos la agonía del toro mientras el rejoneador lo pincha sin piedad desde lo alto del caballo. Y los ornamentos tan cuidados antes de iniciarse la fiesta quedan manchados de sangre. Y destaca todo como un auténtico ritual: el caballo sangriento, las banderillas con una punta de aguijón retorcido para que se sujeten bien después de clavarlas, el matador pensativo en cómo le va a clavar la espada para que finalice una faena completa y salga a hombros de la plaza, con la montera en la cabeza, su corbata y  el y traje de luces impoluto y las orejas y el rabo del toro en las manos como trofeo. Y la cámara está metida en las entrañas del drama. 

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