"Mamacruz" de la venezolana Patricia Ortega toca de lleno el tema de la sexualidad en la vejez. Con la sinopsis y las primeras imágenes ya podríamos realizar una primera valoración de las insatisfacciones amorosas de una mujer. Ahí está como primera toma de contacto la pancha contenta de un marido que dormita mientras la mujer, Maricruz,
interpretada por Kiti Mánver, con una interpretación espléndida ( ella sola lleva todo el peso de la cinta) se siente atraída y poseída por un amor intenso que se proyecta en la televisión del serial diario que se emite al mediodía. Es una imagen que refleja el modo de satisfacción de multitud de personas, maduras ellas, con un sentimiento de placer olvidado. La proyección del serial, pese a su pésima interpretación y calidad, supone para la mujer salir de la vulgar realidad y sumergirse en el abismo pasional de la ficción. La intención, aunque sea por media hora de metraje, es olvidarse de la vida insulsa y anodina que lleva hasta ahora para sentir los besos y las caricias de la tele como suyas propias. Ella misma se mete de lleno en la pasión televisiva. El ambiente por donde discurre su vida es rural y su entrega hacia la religión es máxima.
Por tanto, es una mujer casada y decente que se cuida, con sumo cuidado, de las imágenes de la iglesia y de tener una reputación limpia de todo pecado. Sin embargo, de pronto, siente un fuego interior que no sabe cómo apagar.
Su marido, interpretado por Pepe Quero, es un trozo de piedra que deambula por la casa y nada de lo que necesita su mujer podrá conseguirlo. En definitiva, en esas noches de calor sofocante y un ambiente religioso, la mujer que siente dentro fuego y unas ganas intensas de conseguir aquello que siempre ha deseado en la ficción, de experimentar con su cuerpo el placer que hasta entonces nunca ha conseguido intenta poner solución al problema. Así, ese estado de indecisión de traicionarse a sí misma crea un desasosiego que es imposible salvar. Al final, el paso del tiempo, que ya no se puede detener, es el que marca la nostalgia de la protagonista que no puede retroceder y conseguir eso que su interior le pide: sentir placer que nunca lo ha experimentado. Pero jamás es tarde si hay voluntad y pasión por realizar una nueve experiencia. Ella es quien mejor conoce su cuerpo.
Título original Mamacruz
Año 2023
Duración 84 minutos
País España
Dirección Patricia Ortega
Guion Patricia Ortega, José F. Ortuño
Música Paloma Peñarrubia
Fotografía Fran Fernández Pardo
Reparto Kiti Mánver, Pepe Quero,
Silvia Acosta, Mari Paz Sayago
Inés Benítez, Loles Gutiérrez,
Paula Díaz, María José Mariscal.
La primera imagen vemos a la protagonista que sigue atentamente la telenovela diaria. No pestañea ni atiende a la siesta que se está pegando su marido, el barrigón que tiene a su lado. No importa que sea un folletín de ínfima calidad y poca verosimilitud, porque será el propio personaje el que le de la intensidad y pasión con su propia alma. El siguiente programa es religioso y posteriormente se encamina hacia la iglesia. Así, sabemos que es una mujer entregada al matrimonio y como único recurso de salirse de sí misma es mirando los capítulos diarios de novelas televisivas. Allí experimentará sus propias pasiones amorosas. Asimismo, tiene devoción religiosa, pues se encarga de que las vestimentas de la virgen se encuentren en perfecto estado de limpieza. El sacerdote, dentro de esa institución, será el guía que debe seguir. Se presenta, por tanto, a una anciana que ha entregado su vida a un matrimonio y ha descuidado sus propios placeres personales. Ahora, a la vejez, parece que se despiertan y siente otras sensaciones que necesita explorar. Así, empieza a investigar por medio de una tableta electrónica como si picara una gallina con el pico para pasar el rato. En ese dispositivo, dependiendo del anuncio que pique, no todo es información y de pronto, se le puede aparecer un vídeo porno con una pareja follando y para ella tan recatada y santa puede ser una blasfemia o aparición del mismísimo demonio. Esta acción realizada sin querer, puede ser como un pecado capital, por eso debe confesarse lo más rápido posible. Los sermones de la iglesia, donde se adoctrina un amor hacia Dios todopoderoso, promueven ese amor divino que se inserta en el cuerpo, que entra de lleno en los feligreses. Sin embargo, en este caso, la protagonista nota que se esta convirtiendo en deseo humano. Esto no deja de ser un pecado grave: cambiar el amor divino por el deseo terrenal. La trama se ramifica con su hija que está en el extranjero, pero que ella debe cuidar a su nieta. Las noches se le hacen eternas con un marido al lado que es una momia; casi como las vírgenes que cuida y arregla sus vestidos. Su cuerpo se quema por dentro, en las noches, y con la estatua de la virgen delante toma de nuevo la tableta electrónica y pecadora. La solución de sus pecados está en encender otra vela a la virgen por pensamientos impuros. Está plagado de símbolos de dolor y de placer, por ejemplo, el corsé que se abrocha ajustadísimo como una prenda que aprieta con dolor sus pecados o el seguimiento de sus manos por el cuerpo corpulento del barbado Jesucristo de madera y una respiración profunda en la contemplación de ese cuerpo musculoso. Muestra esa pasión por la figura que podría tener un orgasmo si no fuera porque aparece el monaguillo por medio para desconectarla de su éxtasis. Así las cosas, la mesa donde está colocada la virgencita en su casa está llena de velas encendidas de tanto pecar. En ese trance sexual, intenta autosugestionarse con su propio marido mediante masajes, pero no consigue reactivarlo, pero le sirve para excitarse ella misma, porque el marido es lo más cercano que hay a una roca. Al final, no tiene otra salvación que volver a la aplicación de internet. Con todo, va a la peluquería y con un peinado chulo intenta atraer al mendrugo de su marido que ni por esas. No puede complacerse y con un folleto donde indican que hacen terapia sexual, allá que se va y lo primero que le indican es que le van a enseñar a masturbarse. Allí juegan con todo tipo de artilugios sexuales: vibradores, las bolitas chinas y se cachondean con ello. La hija tampoco la ayuda a desvelar sus dudas cuando le pregunta si se masturba o tiene orgasmos. La protagonista baja en picado del cielo a los infiernos, porque en una de esas juergas con el grupo de mujeres aparece en su casa pedo perdida. En ese club de mujeres con un porro en la mano experimentará viajes que nunca ha realizado. Ella se siente feliz y liberada de todas las ataduras machistas. Ahora, solo le falta, el lelo de su marido que le eche la bronca de por qué le miente y qué hace con esas mujeres. Ella le dice que sigue siendo una mujer y siente deseos sexuales, la cual cosa con él ya es imposible, porque es insensible a las caricias, de cartón piedra. No puede dejar su pasión por la religión y confiesa sus pecados al párroco, el cual le dice que solucione sus problemas con su marido, pero le contesta que con el es como jugar a la canasta ( a las cartas). En fin, la señora se encuentra muy extraña que a su edad todavía no conozca su propio cuerpo y aunque ha despertado tarde, siempre hay tiempo para disfrutarlo. Por fin, el fuego que lleva dentro puede convertirse en un gran orgasmo de felicidad y ha encontrado a su Dios divino entre sus piernas.
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