La policía, Eleanor Falco, que está con un altercado menor, en un bar, interpretado por Shailene Woodley ( aquella actriz de la película "Bajo la misma estrella" de Josh Boone, en ese caso con un tema muy diferente de enfermedades y amores imposibles) marcha a toda prisa a socorrer a las víctimas donde se ha producido el tiroteo del pirado desconocido. Pasados los asesinatos, la policía le cuenta al inspector un detalle sobre el asesino que ahora ya se ha saciado de muertos y que cuando le entre el mono volverá a disparar. El jefe, no se sabe bien por qué motivo, se ha fijado en ella para que le ayude a descubrir al pirado. Ella quiere ser determinante, pero su superior siempre la discrimina alegando que es una policía de a pie que no tiene título universitario y transita por las calles sin más y gracias a él puede ocuparse de algo más importante que callejear y ocuparse de chorradas de peleas de bares intranscendentes.
Parte de la trama se emplea en tomarla con la chica que no estudió en su juventud y tuvo ciertos problemas que ahora le echan en cara con maldad. En fin, es una peli al uso del gato que quiere cazar al ratón listo que no se deja. Con medios y bien ejecutada, pero prefiero al Szifron que se mueve en otros ambientes más locales del terreno con mucha más autenticidad, por ejemplo, como lo hacía en sus relatos.
Título original To Catch a Killer
Año 2023
Duración 119 minutos
País Estados Unidos
Dirección Damián Szifrón
Guion Damián Szifrón, Jonathan Wakeham
Música Carter Burwell
Fotografía Javier Juliá
Reparto Shailene Woodley, Dusan Dukic,
Ben Mendelsohn, Jovan Adepo,
Ralph Ineson, Richard Zeman,
Mark Camacho, Nick Walker,
Sean Tucker, Jason Cavalier,
Bobby Brown, Mark Day.
La policía protagonista está alerta y muy mosca ante un asesino que se ha cargado a un montón de peña y no ha dejado ni un pelo de rastro. El inspector de la policía arenga a sus hombres para que rastreen la ciudad y encuentren al psicópata porque la prensa se va a volcar contra ellos. En ese discurso los anima a localizarlo porque es un tarado como lo pueden ser ellos mismos allí presentes y eso es complicado de encontrar, pero confía en sus hombres. Los policías opinan en conversaciones privadas que no saben quien es más loco si el francotirador o el tipo del discurso. Sin embargo, ese madero duro es el que llevará las riendas del caso y aquel que se salga de la vía de sus órdenes se irá a la puta calle. Mientras ellos buscan a ciegas, el FBI por su cuenta da con el asesino que se ha encerrado en un edificio y amenaza con matar a todo aquel que se acerque a él. El encargado de la investigación que lleva el caso está muy molesto por ser el último mono en enterarse de la movida. El demente de origen árabe se tira por la ventana ante el dispositivo policial montado alrededor de su ventana y la palma sin que hubiera pistas que indiquen que están ante el asesino de la masacre. Aquí, lo que importa es colocarse en el pecho la puta medalla de haber capturado al pirado de los asesinatos masivos. Así, de no producirse más muertes por el francotirador, ya le habrán dado de comer a las basuras de los periódicos, la opinión pública y , con esto, las autoridades superiores se callarán la jodida boca. Aquí lo que realmente importa es ser el primero en atrapar al maldito asesino, pero, si es posible, entre los policías se zancadillearán unos a otros por ocupar ese lugar de privilegio. Cuando se producen nuevos asesinatos y la teoría de que han atrapado al asesino se difumina, entonces se desata la guerra entre los mismos policías. Culpan la clase de personal que han elegido para llevar el caso, pues esa policía callejera es una tipa con ciertos desequilibrios mentales y que ya fue rechazada por el cuerpo del FBI porque no daba la talla y sus condiciones personales estaban por el suelo. Esa es la clase de guerra que llevan entre la pasma. Sin embargo, el inspector ratifica y confía en la joven policía, pues la considera más válida que los propios examinadores que dictaron ese informe que ahora tiene en sus manos y se lo lee con sarcasmo. Pero confía ciegamente en ella. Se vuelve a suceder otra masacre, aunque ahora ha sido en unos grandes almacenes donde el asesino iba a comer, pero como le han querido cerrar el paso se ha cargado a otro montón de personal. Hay que entregar a un culpable para que los bocazas de los periodistas se callen y dejen de proclamar que la ley no puede con el asesino. La historia sigue con los fallos de cazar al psicópata y siempre acusan al mismo que lleva la dirección del caso por dejarse aconsejar por una chica inexperta. Finalmente, con una situación parecida a la que se da en "El silencio de los corderos" de Jonathan Demme, la joven policía, de la que nadie confía, se adelanta a todos para dar con el paradero del criminal y así enfrentarse ella sola al asesino.
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