interpretado por el gran Eduard Fernández, no podía ser otro, con su mostacho que casi le tapa toda la cara, que lleva a cuestas a una niña y pronto se enrollará con una misionera, interpretada por Clara Segura que se quiere hacer cargo de su hija.
Luchó, aquí se ve como un solitarios que pide sus derechos y siempre son denegados, contra el sistema para conseguir los bienes necesarios: luz, agua y trasporte; pero no estaba solo detrás había un sindicato que lo empujaba y no se comenta. Él es conductor de autobuses, el 47 que lleva el nombre de la peli, y está muy implicado en que su barrio sea considerado como uno más de Barcelona. Los derribos de las casas no están tan alejados de lo que pasa actualmente en los territorios palestinos y los israelitas, los cuales decretan una zona como campo de tiro militar y tiran al suelo las casas de aquellos que llevan en esa tierra mucho tiempo. Eso se puede ver en el documental "No Other Land" de Basel Adra. Cumple con lo que pretende: implicar al espectador del sufrimiento de esa gente recién venida, pero se cuelan momentos que no fueron así, como por ejemplo que un joven Pascual Maragall, interpretado por Carles Cuevas, frecuentara aquel 47 y fuera conocido de Vitali cuando en la realidad lo visito en sus últimos días de vida; o el alcalde,
interpretado por David Verdaguer, de de la época con un traje elegante y de un colorido verde chillón que no se espera en la época mas bien un hombre de corta estatura y con bugitillo imitando al caudillo. Y el gazapo más grande es oírle decir que son alcaldes democráticos cuando estamos en 1978 y las elecciones democráticas fueros un año más tarde. El barrio está lleno de activistas, pero el pequeño personaje de Salva Reina destaca con sus pintadas en el mismo ayuntamiento.
En fin, peli con mucha tirada de taquilla y muy nominada en los Goya 2024. Toca la fibra del espectador que rápido se posiciona en favor de los desprotegidos y en contra de la guardia civil que impone su ley con la fuerza.
Título original El 47
Año 2024
Duración 110 minutos
País España
Dirección Marcel Barrera
Guion Marcel Barrera, Alberto Marini
Música Arnau Bataller
Fotografía Isaac Vila
Reparto Eduard Fernández, Clara Segura,
Zoe Bonafinte, Vicente Romero,
Salva Reina, Carlos Cuevas,
Betsy Túrnez, David Verdaguer,
Aimar Vega, Borja Espinosa,
Pep Ferrer, Óscar de la Fuente,
Mireia Rey.
La historia parte en 1958 en ese asentamiento ilegal donde se inician las construcciones de casas. Se aprovecha la noche para levantar paredes, pero se hace con varias que no se pueden coronar con el techo y la ley es clara: cuando una casa no tienen tejado y ocupa un lugar ilegal va al suelo. Cambian de sistema, entre todos cada noche una casa y cuando salga el sol terminada con su techo. El relato pasa rápido a 1978 cuando ya el protagonista vive con la monja y es conductor de autobuses. El charnego, Vitali, mantiene el interés por conocer ese idioma que allí se habla. Su trabajo, apare de llevar a su destino a los pasajeros, es el de darles conversación y una cierta empatía con sus problemas. Hay precariedad y despidos en la empresa, pero Manolo solo piensa en dar a sus vecinos las condiciones necesarias que tienen todos los barrios. Éstos están cansados de protestar y tener la barriada como una porquera: sin agua, sin asfaltar, sin centros sanitarios, sin colegio, sin nada. En esas juntas de vecinos se comenta que la falta de jóvenes encarece el barrio. Pero esos jóvenes, como la hija de Manolo, se sienten despreciados o marginados por ser del barrio periférico. Y justo le da vergüenza vivir en ese barrio cuando su padre lo levantó con sus propias manos. El protagonista es el héroe que construye las casas y por nada del mundo lo abandonará. Quiere que se cree una línea de autobuses que llegue hasta allí. Por eso recorre todas las ventanillas administrativas del ayuntamiento sin resultados positivos. Ante las múltiples negativas, toma la decisión de secuestrar su autocar y subirlo hasta la montaña. Finalmente, es una peli de protesta y de buscar la identidad propia en ese lugar apartado de la urbe por muy marginal que se sientan. La lucha por los derechos humanos es lo que trata de inculcarle el protagonista a su hija que se arrepiente de formar parte de ese barrio que reniega de él. El director busca con las desgracias de esos habitantes dejados de la mano de Dios, una complicidad del espectador y la encuentra, porque le hace partícipe de esa lucha.
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